Vicente Walter, el albañil que dejó sus obras en las calles de La Boca
El muralista que esculpía relieves bajos en cemento a cambio de un plato de comida, dejó un legado artístico invaluable de más de 400 frisos que custodian los populares caminos que lindan con el Riachuelo.
La ciudad de Buenos Aires es dueña de una cantidad ingente de escenarios turísticos para quienes deciden caminar sus calles, múltiples muestras de una sociedad visiblemente forjada por un crisol cultural que dejó su huella.
El barrio de La Boca, reconocido nacional e internacionalmente como una meca de la cultura y el arte popular callejero, conserva una constante impronta prevalente de aquellos años en los que fue primeramente habitada por inmigrantes italianos, mayormente genoveses, los “xeneizes”.
Sin embargo, los estragos del tiempo y la falta de regulación normativa desencadenaron un ineludible resultado negativo para el estado de conservación de las obras de Vicente Walter (1940-2004), un albañil, muralista y escultor que ponderaba su amor hacia los relieves de cemento que realizaba en la vía pública. Como, por ejemplo, el friso ubicado en la fachada de lo que supo ser “La Barca de Bachicha” de 10 metros de largo por 2 de alto. Además, hay trabajos de Walter en el interior de algunas cantinas, bodegones y hasta incluso en la casa de velatorios Cichero. Todas las obras -unas 400- las concretó entre los años ’70 y ’90.
“Vicente trabajaba por encargos, por pedidos, y la verdad que las obras eran maravillosas, eran de una técnica absolutamente singular, nunca vista”, relató entusiasmado Omar Gasparini, un artista plástico de gran trayectoria y vecino del barrio, que conoció a Vicente y que lo describió como una persona solitaria, simple e introvertida, de pocas palabras, reflexivo y muy querido por quienes compartían con él algún rato en la cantina “Los Amigos”, en Olavarría y Necochea, lugar donde era habitúe.
Lo curioso, además del talento que desplegaba en las paredes, eran sus herramientas de trabajo. Vicente, fiel al oficio de la albañilería y condicionado por una realidad económica que lo atravesaba, usaba como instrumento aquello que tenía más a mano, esos utensilios que lo acompañaban en la cotidianeidad y que estaban al alcance de su bolsillo: el canto de un tenedor, una espátula y un balde donde producía la mezcla que le servía para, una vez subido al andamio, comenzar con su arte.
“Yo me pasaba horas mirándolo, completamente absorto, cómo plasmaba casi de memoria a la tercera dimensión, la tenía incorporada. Una cosa es dibujar algo en el plano, que es chato, pero otra cosa es llevarlo a que tenga alto, largo y profundidad”, recuerda Gasparini.
Una bohemia que lo cautivó para siempre
Vicente Walter vivía en Mataderos, pero no contento con su barrio, partió hacia La Boca atraído por la bohemia característica de un barrio que representa el paisaje urbano de antaño. Allí conoció amigos que supieron contenerlo como persona y como artista. Walter llevó consigo la impronta de un artista emergente que estaba decidido a recuperar los valores del maestro Quinquela, mostrándolos desde su particular mirada.
Se enamoró de los puertos, se identificó con los marinos, los navegantes y las mujeres que vendían su mercadería, que trabajaban a orillas del río y que terminaron de encantar al artista que se encargó de eternizar en sus obras la identidad de un barrio que hoy lucha por el mantenimiento de sus grabados.
Fuente: Telam